Es una duna atrás de una duna, atrás de otra duna, hasta el horizonte.
Un infinito de arena. Un mar. Y te envuelve, inmenso él, chiquito vos.
Y te
pide aventura, atravesarlo. Estás ahí y estás como en una película también,
fantaseando con cruzarlo para ver qué hay del otro lado. Descubrirlo.
Es un paisaje mágico, cambiante. En cada rincón podés ver las marcas del
viento que lo transforma, caprichoso. Y el sol que lo dibuja, lo remarca.
Y en Huacachina también es juego, es treparlo subido a un vertiginoso
buggy, o surfearlo en una tabla de sandboard.
Y es una postal, sobre todas las cosas, que te queda grabada para
siempre, como su atardecer.
Si querés conocer otras experiencias, fijate lo que María de Callejeando por el Mundo escribió en su blog, clickeando acá.