Sí, Cusco es una ciudad hermosa. Sí, tiene sitios
increíbles. Y sí, visitar Ollantaytambo o el Qoricancha me fascinó. Pero no fue
tan así, no fue fácil mi estadía en “el ombligo del mundo”. Y como esto es un
diario de viaje y no una guía práctica, antes de hablar de los lugares que
visité, voy a resumir un poco cómo me sentía.


“¡Pasen y vean qué linda ciudad!” parecería ser su slogan.
Una invasión de cholas, taxis, boletos turísticos y nenes con llamitas que
surge de cada rincón apenas ponés un pie en suelo cusqueño. Y es bastante
chocante, como conté en esta nota .
Así fue que nunca terminé de sentirme verdaderamente
a gusto en la ciudad, no me convencía sacar el boleto turístico (130 soles, te
habilita a visitar 16 sitios arqueológicos) y pasarme el día entero metido
entre ruinas, menos aún seguir los caprichosos tiempos que determine una
agencia de viajes. Y tratar de manejarse de manera independiente era una tarea sumamente
difícil en una Cusco hecha-para-el-gringo. Sería porque ya había visitado su
lugar más famoso (Machu Picchu) o porque no conseguía un compañero de ruta (no lograba
concretar algún encuentro de couchsurfing y la gente que conocía en el camino
seguía su viaje), el punto es que me sentía más tentado a probar suerte con la
selva que a seguir forcejeando mucho más con la ciudad caza turistas.
Una amiga de Fiorella, mi couch en Arequipa, me había pasado
el dato de Lucho, un guía que trabajaba en un Lodge en Puerto Maldonado
(amazonía peruana). Hablé con él y me ofreció trabajar dándole una mano en el mantenimiento
del complejo a cambio de tener las tardes libres para mí. La sola idea de
trabajar en mis vacaciones me sonaba tan rara como intrigante y acepté casi de
inmediato. Ya con la experiencia de conocer la selva más próxima, saqué el
pasaje de bus a Maldonado y me dejé dos días para ver algo más de Cusco y el
Valle Sagrado.
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Qoriqancha |
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Qoriqancha |
LA CIUDAD
Sin dudas, en la ciudad un imperdible es el Qoriqancha, un yacimento inca sobre el
que los españoles construyeron la iglesia colonial de Santo Domingo. Sí, lo
levantaron encima; entonces vos podés ver las diferencias de las
construcciones, porque conviven ambos estilos en un híbrido medio extraño. Una de las cosas más asombrosas para comparar
es la resistencia a los terremotos, las murallas incas han sobrevivido a varios
y están casi intactas. Lo podés visitar solo o con un guía, te lleva unas dos
horas y es altamente recomendable. Su nombre, Qoriqancha, significa patio dorado, y no es una figura,
literalmente estaba cubierto de oro y se usaba para rituales religiosos y como
observatorio astronómico. Hoy en día, de ése lujoso templo inca sólo queda
parte de su construcción en piedra porque el oro pasó a engrosar el tesoro
español.
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Qoriqancha |
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Qoriqancha |
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Qoriqancha |
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Qoriqancha |
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Qoriqancha |
También podría hablar
de un recorrido por el casco histórico que incluiría:
la plaza de armas, muy coqueta y florida,
rodeada de edificios históricos como la Catedral,
que tardó casi 100 años en construirse donde estaba el palacio del Inca
Viracocha, y está unida a la iglesia de Jesús María y a El Triunfo (la más antigua).
Después podés caminar un poco por Loreto, una de las calles laterales de la
plaza, para ver las murallas incas que la rodean; o subir hacia el bonito
barrio de San Blas con sus
callecitas finitas y construcciones coloniales. Para ir desde la plaza tomás por la calle El
Triunfo y seguís por Hatunrumiyoc donde vas a ver varias personas mirando un
pared. No están locos, están mirando una piedra
de 12 ángulos que está perfectamente empotrada en el muro y te hace pensar
cómo hacían los incas para cortar las piedras así. Al bajar de San Blas podés
buscar la calle Tucumán y meterte en el Museo
Inka. Es bastante sencillo pero está en un edificio colonial muy lindo, es
barato y te permite ver muchos objetos de oro, metal, cerámica, tejidos y hasta
momias. Si bien la muestra no está muy bien exhibida, algunos de los objetos
son realmente increíbles y te ayudan a tomar una dimensión de la sofisticación
de esta cultura.


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Sí, son 12 ángulos |
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Museo Inka |
Caminar por todas esas callecitas uniendo estos puntos es un
paseo que bien vale la pena, porque vas a poder apreciar los distintos estilos
arquitectónicos y, además, en el camino te vas a cruzar con cientos de
vendedores de artesanías y recuerdos que te completan el paisaje. Yo creo que
si no tenés mucho tiempo, es un buen circuito como para darte una idea de lo
que es Cusco.

Ya alejándote un poco de la ciudad se encuentra otro
imperdible, Saqsaywamán, una enorme
fortaleza que vendría a ser la cabeza del puma que representa Cusco (el Inca
Pachacútec ideó la forma de la ciudad como un gran puma). Y si bien es
imperdible, yo me lo perdí. Formó parte de mi lucha contra el boleto turístico;
no tenía mucho tiempo y quería simplemente que me cobraran una entrada lógica a
un solo yacimiento, pero son inflexibles en este punto o comprás el boleto, o
medio (70 soles) o te volvés. Esta misma discusión la tuve en Ollantaytambo y
en Chincheros, y tampoco accedieron. Y entonces ya lo tomé como algo personal,
no les iba a pagar el boleto, bajo ningún concepto. ¿Capricho mío?
Probablemente. Si bien el boleto no es
impagable tampoco es económico y lo que más me molestaba era que te obligaba a
programar varias visitas para hacer que valga la pena y eso iba en contra de mi
ansiada libertad de improvisar día a día, punto central de mi viaje.
Al no querer entrar en esas condiciones, busqué aprovechar
para recorrer los alrededores de Saqsaywamán
que comprende un gran predio con bosquecito, ruinas menores y fantásticas
vistas de la ciudad. Como ya estaba cansadísimo de caminar todo el día, terminé
contratando una especie de visita guiada a caballo (35 soles) en la que te
llevan por todo el parque, te muestran los templos del sol y de la luna, el
cristo blanco y te dejan en la otra punta de Saqsaywamán con la supuesta
seguridad de que por allí podés entrar al complejo sin pagar entrada. La guiada
en sí dejó mucho que desear, era un nene de unos 14 años con el que terminé
hablando más de fútbol que de historia inca; no obstante, el paisaje es
realmente hermoso y me di el gusto de andar un poco a caballo. Cuando terminó
ya estaba empezando a oscurecer y no me animé a colarme en el yacimiento porque
era demasiado riesgo por sólo unos minutos de luz solar. El regreso a la ciudad
lo hice a pie, bajando por escalinatas y callecitas curvas con muy bonitas
vistas del centro.
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Saqsaywaman, desde lejos |
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Saqsaywaman, desde lejos |
VALLE SAGRADO
Si te alejás más llegás al Valle Sagrado del río Urubamba, un sinnúmero de yacimientos incas
enmarcados en un paisaje de montaña realmente espectacular. Ya los trayectos en
buses o en combis son increíbles por las fantásticas vistas panorámicas que
ofrece la ruta.
Yo visité el famoso Ollantaytambo para ver una villa inca y
Chincheros por sus telares. A Ollantaytambo llegué en bus, temprano
por la mañana y como no quise pagar la entrada, mapa en mano me dediqué a
caminarlo. Empecé por rodear las ruinas para verlas en su totalidad y, cuando
me quise dar cuenta, terminé caminando por una ruta poco transitada disfrutando
de la soledad del paisaje hasta que llegué a un poblado minúsculo llamado Rumira. Un puñado de casitas al costado
del camino y varios perros flacuchos echados al sol. Buenísimo.



Después de
sacar miles de fotos me volví a Ollantaytambo también caminando. Almorcé algo
rápido en la plaza de armas y después me dediqué a caminar las infinitas
callecitas de su villa inca. Hermosos pasillos de piedra, en cuadrícula, lleno
de casitas, muchas de las cuales ahora son comercios y pequeños hospedajes. Es
un lugar ideal para perderte con la cámara buscando rincones nuevos para
fotografiar, donde te podés quedar una hora o toda la vida. El río que bordea
la villa, las montañas, los chicos correteando. Imperdible. Me quedé allí hasta
que la insistente lluvia me terminó cansando y emprendí el regreso a Cusco.
El otro pueblo que visité en el valle fue Chincheros, famoso por su mercado y sus
tejidos. Nuevamente como no entré a sus ruinas me puse directamente a caminar
por sus callecitas visitando los talleres textiles. Si bien está claro que
están armados para seducir al turista es innegable que son realmente lindos. No
sé si son los colores, los materiales, la simpatía de las tejedoras, o todo
junto, pero me hubiera quedado horas. Finalmente visité dos, y en ambos repetí
el mismo procedimiento, primero me acercaba a charlar un rato, para que me
cuenten cómo aprendieron el arte y luego me muestren cómo obtienen cada uno de
los colores de forma natural a través de plantas y minerales de la zona;
después les compraba algunos de sus productos y, por último, me quedaba tomando
fotografías hasta el cansancio.



Cuando salí del segundo taller ya estaba
satisfecho, contento de las lindas charlas, de las fotos y de las cosas que
había comprado. Y, casi sin darme cuenta, empecé a caminar por las ruinas, por
uno de los costados sin que nadie me dijese nada. Avancé un poquito más, y
otro, y otro más. Nada. Saqué la cámara y me la pasé retratando las terrazas,
las vistas y las ruinas, como si fuese una victoria.
Medio día, también, toma la visita a Chincheros y, a mi
parecer, es muy recomendable, sobre todo si pueden llegar un domingo para ver
el mercado, y acercarse a alguna tejedora para charlar un rato. Esto es lo que
yo llegué a conocer del valle sagrado, me faltó Pisac, Maras y Moray y tantos
otros puntos de un lugar que bien vale la pena dedicarle un par de días para
recorrerlo bien y disfrutar de todo su paisaje. Yo no tenía más tiempo, el
instinto me decía que tenía que ir a la selva así que me embarqué hacia Puerto
Maldonado sin saber mucho más que un nombre, el de Lucho, mi llave para vivir
la amazonía.